lunes, 2 de mayo de 2022

Historia de Tera

 HISTORIA DE TERA


Decía el viejo Filón de Alejandría que cada tierra destila un sentimiento. 

Pues bien, si había un sentimiento que emanase de la isla de Tera, ése era sin duda el odio.


Anaxágoras fue un erudito anatolio que viajó y escribió mucho, y en su juventud pasó cuatro largos años enseñando filosofía a los teranos. Tiempo más que suficiente para resumir en sus memorias que "la isla es bella, pero los teranos son codiciosos, racistas y malos anfitriones."


La cultura terana proclamábase procedente de Macedonia, tanto por proximidad geográfica como por los apellidos importados de los tesalonicenses a las Espórades, así como por el uso del dialecto terano, variante del macedonio.


Que el imperio griego hubiera construido todos sus templos, edificios, acueductos, desagües,caminos y carreteras, hubiérales dado su educación, su arte, su cultura, su medicina, su historia, y luchado por su libertad había pasado a resultarles indiferente, especialmente tras llegada de la nueva gobernadora y también, claro está, por los frecuentes cofres de plata que recibían con puntualidad del puerto de Tesalónica a cambio de apoyar la causa del "temible imperio del Kukulkán".


Este imperio no constaba en ninguno de los tratados más importantes de historia de la época ya fueran redactados por amigos o por enemigos, pero se mencionaba en obras literarias a modo de constructo formado en el imaginario colectivo moderno, abarcando un territorio que incluía una parte de la Macedonia, otra de la Anatolia y a las Islas Egeas, y en dónde idealmente el buen comercio haría salir oro y diamantes a espuertas hasta del culo de un gorrino.


De aquella guisa cuando Asdrúbal llegó a la ciudad de Tera el odio a lo griego era palpable en el ambiente. Que el idioma griego fuera en aquél tiempo el más extendido en el Mediterráneo, el lenguaje de filósofos, historiadores, matemáticos y artistas no era razón suficiente para mantener su uso, puesto que Grecia estaba robando el oro del Kukulkán.


Podrían ser mucho más ricos sin el peso de los vagos del Peloponeso, sin el lastre de la raza inferior que habitaba a pocos kilómetros.

Toda acción realizada por comerciante, sacerdote, prostituta, gobernante o artista debía irremisiblemente ir destinada a la ruptura con Grecia. No había sitio para nada más, poco importaban ya las vidas de las personas, sus sentimientos, sus pasiones, el ingenio humano, los dioses, la gnosis o la dignidad.


Para darnos una idea de la cultura terana, el mayor de sus eruditos érase considerado a Cretón.

Este hombre fue célebre por escribir numerosas obras de leyes, medicina y filosofía en macedonio, y en varias de sus aseveraciones más fehacientes, llegó a estimar el valor exacto de un griego en dos tercios el de un terano. 


Además describía a los griegos como "pequeñitos, cejijuntos, con la piel tiznada y la cabeza grande pero vacía". 

Encontraba en la unidad entera el valor de los macedonios, por ser primos hermanos a los que prestaban incluso adoración, y en seis séptimos el valor de los anatolios, por proximidad cultural.


Pericles intentó profundizar en los cálculos de Cretón, y se asombró de descubrir que si un griego valía sólo dos tercios de un ser humano, cuán mínimo debía ser el valor de un etíope, de un palestino o de un asirio, a los que la sociedad terana sólo les hacía la gracia de fingir simpatía, eso sí, lejos de cualquier responsabilidad.


Así las cosas Asdrúbal sólo fue un chivo expiatorio. A última hora, cuando ya se vio destruido en su carrera como guerrero y militar, enfermo, lisiado y arruinado, preguntó a Anakletos, sacerdote ciego del templo de Eleos, ¿por qué habían ido a por él, medio griego medio fenicio como era, de origen en aldea humilde del Epiro y sin ambiciones políticas?


- Odio, codicia y envidia, esos son los tres preceptos que habitan el corazón de la cultura terana, hijo mío. No te culpes, caíste en el lugar equivocado en tiempo de tribulación ", dijo el sacerdote con los iris cubiertos de escarcha.

- ¿Padre, llegarán a arrepentirse algún día de la crueldad de sus acciones, los isleños? replicó Asdrúbal con el hálito entrecortado por la enfermedad, el cansancio, la humillación a la que era sometido y el hambre.

- Hijo, igual que yo no puedo comprender el color ni la forma de las nubes, porque soy ciego de nacimiento, ellos tampoco comprenden que lo que hacen es malo, pues lo han mamado desde tierna edad y para ellos es natural que unos hombres valgan menos que otros por su idioma o procedencia.


Asdrúbal llegó de la mejor escuela de lucha clásica del momento, la academia de la Acrópolis de Atenas. Su llegada despertó odio e indignación en los teranos, 

"¿Cómo un tipo humilde, sin tierras ni oro, puede venir aquí a dar lecciones de lucha?", pensaban, "antes de que adquiera destreza y mayor conocimiento debemos destruirle."


Y así le retiraron la armadura, las armas y el caballo aún siendo un joven en busca de experiencia y prepararon guerreros teranos a imitar sus andanzas para poder suplantar ese tipo de figura, que tanto daño hacía al imperio del Kukulkán.


Quizá en aquél primer año aún de juventud y salud, murmuraba otro sacerdote, de haber el guerrero desposado una terana, o al menos una macedonia o anatolia, una verdadera parlante, su destino habría sido glorioso aún. 


Pero no fue así. Se emparejó con otra "esclava", de raza ajena e idioma materno griego. Tuvo con ella tres hijas, sufrió sin límites ella también, de hambruna y enfermedad, fue abandonada a su suerte. Incluso estando encinta sufrió azotes y humillaciones para ver si sus hijos salían mal, mientras Asdrúbal ausente cumplía las ingratas labores para traer el pan.


Y ello los condenó al escarnio isleño.


Cuando el barco llevaba amarrado a Asdrúbal y a su familia en unos maderos flotantes en popa, maltrechos y heridos, la gobernadora murmuró: "¡Ahí se vaya la mierda griega! ¡Quédense sólo nuestros valiosos jóvenes del Kukulkán!"

lunes, 24 de enero de 2022

La isla de Tera

 El joven y supuestamente macedonio Asdrúbal avanzaba penosamente por el desierto con varios huesos quebrados y el ánimo aplastado por inmensas fuerzas ante las que de ningún subterfugio disponía.


Recorría las dunas arrastrando ambos pies y sosteniendo con una mano su brazo contrario, el cual notaba como si fuese un trozo de madera. 

Con dificultad para respirar y una quemazón sofocante en el pecho, percibía el arenoso aire que inhalaba como fuego así como sentía una opresión sorda en el cuello, semejante a una pesada bota persa sobre su tráquea.


Las cenizas calientes del Etna, en ebullición en aquellos tiempos, cauterizaban sus heridas y la brisa del Egeo soldaba sus quebrantados huesos.


Salió con el título de caballero bajo el brazo de la academia de la acrópolis ateniense y con un odre de vino y un escudo. 

- ¿Sin caballo ni espada? preguntó a la salida, bajo el friso del templo.

- No hay caballo ni espada para los leprosos, le contestó su maestro de armas.

- Sabe usted que no tengo lepra alguna.

- Reconozco que se trata de una situación coyuntural, pero usted ha aprendido a luchar como yo le he enseñado, le irá bien en la vida, le dijo de nuevo.


Acto seguido el joven Asdrúbal vomitó sangre a sus pies y con un gesto de repulsa, Exógenes dio media vuelta.


La isla de Tera... La ansiada isla de Tera. En su imaginación observaba palmeras datileras y sicómoros a orillas de una vasta playa de arena fina. Mujeres bañándose con togas vaporosas y un desfile militar en el que era reconocido como general de los ejércitos. Batallas ardorosas arrasando al enemigo aqueménida...


Pero sucedió en realidad que a su llegada a Tera le dieron una capa raída de color ocre, una espada de madera de pino de Alepo deficientemente tallada y lo montaron en un asno, en olor de multitudes. Le aplaudían y le agitaban ramos de olivo y hojas de palma secas.


Tras la presentación en la corte de la gobernadora, le entregaron una lista de trabajos como a Heracles y lo despidieron entre vítores. 


El primero de los trabajos consistía en librar los muelles de una epidemia de ratas rabiosas.

A la noche regresaba escoltado por unos piqueros que le encadenaban los pies maltrechos y le pinchaban en la carne en la espalda, supuestamente para endurecer su cuerpo. 

Estos lanceros tenían ánimos territoriales acérrimos y se reían de como regresaba el forastero agotado, hambriento y sediento.


En un establo pusieron un montón de heno entre bueyes y asnos, y amarrábanle las cadenas al suelo para que no escapase. Le llenaban la bolsa de vino a dos tercios con vinagre y le tiraban un mendrugo de pan ácimo y un pedazo de queso de cabra.


Durante casi cuatro años estuvo aniquilando ratas con su espada de madera, mientras jóvenes adinerados, hijos de sacerdotes y mequetrefes diversos fueron enviados en masa a formarse a escuelas de caballería ecuestre. Tal fue el impacto de su presentación que surgió una epidemia de pasión por la caballería que llamaron la "anvidia".


Y así sobornaron a los jueces de escuela para evitar las pruebas de acceso.

Unos fueron a la propia Atenas, otros a Tiro o a Creta. Allá gozaron de todas las facilidades y honores, y regresaron en corceles blancos y otros zahínos, con espadas relucientes debidamente ornamentadas, parazonios y lanzas brillantes.


Mientras tanto llevabánle a la eglesia en domingo en donde algunos caballeros piadosos le metían monedas en los calzones que luego recuperaban los sacerdotes. 


En sábado lo desnudaban en el mercado para mostrar las exhuberancias de los atributos extranjeros y se le acercaban algunas mozas teranas, generalmente viudas y repudiadas, a decirle improperios y groserías en público, como era tradición.


Un día un sacerdote le envío al establo a un comerciante de esclavos que le presento a Crisanta, una joven bella e inteligente raptada de niña en Egipto y que a pesar de sus dotes era rechazada por su ausencia de sangre terana o helena. 

La eglesia del templo de Apolo la había vendido recientemente al esclavista. De tez bronceada y ojos verdes hubiera llamado más la atención de los hombres de no haber sido por una viruela que le había carcomido gran parte de la cara.


Pensaban los sacerdotes de Apolo que siendo un hombre fuerte y valiente, combinado con aquella egipcia bella, darían robusta descendencia de la que hacerse cargo.

Y tras 7 noches en el establo, ambos encadenados, quedó ella encinta y a recaudo de nuevo de la eglesia, que volvió a pagar la suma previa, más un plus por el futuro sucesor.


Llenóse la isla de caballeros bien armados, a los que les rendían el mayor culto y respeto, casábanlos con las más bellas y otorgábanles las mejores casas, mientras Asdrúbal, en su establo sufría de úlceras varias.


Un día el hijo benjamín del sacerdote del templo de Apolo preguntó a su padre

- ¿No era este el  caballero forastero que aclamamos a su llegada?

- Así es, hijo, así es.

- Padre, ¿por qué él no lucha con nuestro ejército y defiende nuestra ciudad?

- Hijo, digamos que lleva mucho tiempo matando ratas y no está para enfrentarse a hombres.

- Entonces ¿para qué lo trajisteis padre, si no nos ayudará?

- Hijo, nos hemos dado cuenta que podemos forjar nuestros propios caballeros. No queremos más forasteros. Compáralo ahora con los nuestros, mira qué diferencia.

- ¿Pero si le hubiérais dado una espada y un caballo y permitido entrenar en el coliseo no sería ahora un gran guerrero?

- Hijo mío, hay cosas que aún no puedes entender. Además un mercader griego nos contó un secreto nada más que llegó.

- ¿Qué secreto, padre?

- Tiene lepra.

- ¿En serio?

- No, pero teniéndolo así podemos enseñar a la gente lo patéticos que son los caballeros griegos.