viernes, 27 de febrero de 2015

Mis días de la jauría

De mis días en la jauría

Recibí dentelladas, vaya si las recibí. Llagas de pura inquina y el pelo ralo, a jirones, de ser arrancado a mordiscos.
Fue una etapa dura. A un tiempo entre salitre y vinagre curtiendo la piel, espinas clavadas en los hombros, y en la boca, y ese sabor a sangre que emana; no sabe uno, si del cerebro o de los pulmones.

Pero nada comparable a ahora. Ahora ya no respiro. Apenas entra aire en mis branquias, y en mi pecho noto una cárcel y un cuchillo, y en mis piernas cadenas y ya no puedo caminar.
Casi no tengo fuerzas, los objetos se me escapan de las manos e intento hablar pero no articulo palabra, y bien que así sea, porque en este desierto nadie me escucha y nadie hay para oírme.

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