¿Puede explotar una cafetera?
Por supuesto que pueden hacerlo, y en efecto lo hacen, en especial las cafeteras inteligentes -smart coffee makers-. Sin ir más lejos la mía se ha despedido hoy de mí, de su casa, de su familia y amigos... Entiéndase como tales las tazas del ikea, marrón y gris, las cucharillas de plástico y las de acero aleado (y nótese la diferencia de clase que afecta a todos los niveles de la existencia y que tiene su razón de ser en la justicia divina, entendida como tal porque castiga a los malos con vidas miserables, y a los buenos los entrona en yates con tobogán), así como el azucarero y el microondas.
La despedida no fue todo lo elegante que podría uno esperarse tras tres años de servicio y buen trato. Podría haber consistido en un emotivo parpadeo y un final pacífico, nada más terminar de producir el café, pero por desgracia eso sólo ocurre en las películas, y la suya, su despedida, se acercó más a una ventosidad gigante, una erupción volcánica truncada o un megalomaníaco corte de mangas, quedándose inclusive la pastilla dentro, y por supuesto nada más abrir el paquete.
Cuando uno adquiere en los grandes almacenes una cafetera inteligente, se espera mucho más de ella; un tanto de educación y serenidad, cierta eficiencia y asertivismo. En resumen, que guarde las formas y sea trabajadora, sin llegar a pedírsele que se apunte a cientos de cursos, incluyendo los de cómo hablar en público, cómo ejercer el liderazgo y dejar de ser un mindundi o los de empatía para recuperar a psicópatas creados por psicoterapeutas a partir de perdedores.
Tras el atentado lo que he hecho es repasar los motivos por los cuales una cafetera inteligente podría explotar, desde los químicos hasta los físicos, pasando por los electrónicos y, obviamente, sin olvidarme de los psicológicos.
Génesis de metano a partir de películas bacterianas, acúmulo de vapor en bolsas internas generadas por los cambios de temperatura, exceso de presión sobre un sistema valvular deficiente, fluctuaciones en la intensidad de la corriente eléctrica, tormentas solares...
Pero bien mirado el asunto, agotamiento, estrés o desidia resultan lo más plausible. A todos nos puede pasar. Una vida de trabajo y miseria sin ningún reconocimiento en un barrio sucio de la ciudad, en una casa pequeña, con escasa luminosidad. Se acumulan la claustrofobia, el exceso de melatonina y el sentimiento de rabia contenida, y el resultado no puede ser sino una explosión grotesca y retorcida.
Probablemente preparada durante meses, hurdida y premeditada con la peor de las intenciones, que en este caso es dejar a un hombre sin café de cara a afrontar una extenuante jornada de trabajo, la explosión era un objetivo en sí misma y no el fruto de una muerte natural.
Con el afecto adquirido del enfrentamiento conjunto a la adversidad, todo esto resulta confuso y doloroso. Y aunque inicialmente era reticente a aceptarlo, ahora, por más que trato de analizarlo, todo siempre me lleva a la misma conclusión: venganza.
Exponer a un ente a soportar agua de grifo congelada todas las mañanas, inclusive el más frío de los inviernos, rociarla con un polvo oscuro y someterla a descargas eléctricas hasta que alcance el punto de resistencia que le permita hervir el agua y que esta ascienda por pura presión de vapor, de sus pies hasta su cabeza para vomitarla toda ella, ya de color negro, no debe ser agradable.
Bueno, a la basura con ella.
Por supuesto que pueden hacerlo, y en efecto lo hacen, en especial las cafeteras inteligentes -smart coffee makers-. Sin ir más lejos la mía se ha despedido hoy de mí, de su casa, de su familia y amigos... Entiéndase como tales las tazas del ikea, marrón y gris, las cucharillas de plástico y las de acero aleado (y nótese la diferencia de clase que afecta a todos los niveles de la existencia y que tiene su razón de ser en la justicia divina, entendida como tal porque castiga a los malos con vidas miserables, y a los buenos los entrona en yates con tobogán), así como el azucarero y el microondas.
La despedida no fue todo lo elegante que podría uno esperarse tras tres años de servicio y buen trato. Podría haber consistido en un emotivo parpadeo y un final pacífico, nada más terminar de producir el café, pero por desgracia eso sólo ocurre en las películas, y la suya, su despedida, se acercó más a una ventosidad gigante, una erupción volcánica truncada o un megalomaníaco corte de mangas, quedándose inclusive la pastilla dentro, y por supuesto nada más abrir el paquete.
Cuando uno adquiere en los grandes almacenes una cafetera inteligente, se espera mucho más de ella; un tanto de educación y serenidad, cierta eficiencia y asertivismo. En resumen, que guarde las formas y sea trabajadora, sin llegar a pedírsele que se apunte a cientos de cursos, incluyendo los de cómo hablar en público, cómo ejercer el liderazgo y dejar de ser un mindundi o los de empatía para recuperar a psicópatas creados por psicoterapeutas a partir de perdedores.
Tras el atentado lo que he hecho es repasar los motivos por los cuales una cafetera inteligente podría explotar, desde los químicos hasta los físicos, pasando por los electrónicos y, obviamente, sin olvidarme de los psicológicos.
Génesis de metano a partir de películas bacterianas, acúmulo de vapor en bolsas internas generadas por los cambios de temperatura, exceso de presión sobre un sistema valvular deficiente, fluctuaciones en la intensidad de la corriente eléctrica, tormentas solares...
Pero bien mirado el asunto, agotamiento, estrés o desidia resultan lo más plausible. A todos nos puede pasar. Una vida de trabajo y miseria sin ningún reconocimiento en un barrio sucio de la ciudad, en una casa pequeña, con escasa luminosidad. Se acumulan la claustrofobia, el exceso de melatonina y el sentimiento de rabia contenida, y el resultado no puede ser sino una explosión grotesca y retorcida.
Probablemente preparada durante meses, hurdida y premeditada con la peor de las intenciones, que en este caso es dejar a un hombre sin café de cara a afrontar una extenuante jornada de trabajo, la explosión era un objetivo en sí misma y no el fruto de una muerte natural.
Con el afecto adquirido del enfrentamiento conjunto a la adversidad, todo esto resulta confuso y doloroso. Y aunque inicialmente era reticente a aceptarlo, ahora, por más que trato de analizarlo, todo siempre me lleva a la misma conclusión: venganza.
Exponer a un ente a soportar agua de grifo congelada todas las mañanas, inclusive el más frío de los inviernos, rociarla con un polvo oscuro y someterla a descargas eléctricas hasta que alcance el punto de resistencia que le permita hervir el agua y que esta ascienda por pura presión de vapor, de sus pies hasta su cabeza para vomitarla toda ella, ya de color negro, no debe ser agradable.
Bueno, a la basura con ella.
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